28 de abril de 2013

En ruinas como Roma.


No sé cuántas veces habré empezado por tus pupilas y habré acabado en el cielo. Cuéntales cuántas veces fingimos ser los mejores en esto del amor y cuántas veces se lo creyó la gente. Cuéntale que otras muchas veces ni siquiera nos hacía falta fingir, porque éramos los mejores.
Diles que tus manos eran el verano que necesitaba el invierno de mi cama. Y que tus ojos hechos Venecia recompusieron mis ruinas como Roma. Diles todas las veces que nos hemos encontrado sin buscarnos. Y cuántas veces fuimos música cuando solo había ruido. Diles que yo habría matado las veces que hubiera hecho falta por seguir en el verano de tus manos y de tu espalda.
Después, hazles un recuento. De cuántas cosas le debo a tu sonrisa, y de todos los alquileres que no he pagado por vivir en tus costillas. Hazles un recuento de cuántos petas nos hemos fumado, y cuántas veces hemos flipado juntos sin ir fumados y de todas las veces que hemos parado el mundo con tres caladas. Hazles un recuento de las veces que el mundo ha girado alrededor de nosotros.

2 de febrero de 2013

Voy de bar en peor.


 No podrías ser feliz enamorada de un poeta.
— Ah, ¿No? 
— Eres demasiado egoísta como para compartir vuestra cama con su musa.
— Pero, ¿Y si fuese yo la afortunada?
— Entonces es él quien no podría ser feliz enamorado de ti. El poeta necesita morir tres veces al día; necesita respirar dolor y fumar en el salón con los pies encima de la mesa. Necesita tener la conciencia sucia, y no le importará meterla en la cama. Contigo no podría hacer eso; das demasiado, pides demasiado y en definitiva tus siete vidas sólo dan para dos días y medio.
— Bueno, en dos días nos da tiempo a follar...
— ¿Y luego?
— Y luego le dejaré desnudo, fumando en el salón con los pies encima de la mesa mientras yo le mato con mi ausencia. 
— ...parece un buen plan.
— Será aún mejor polvo.

¿Fácil o sencillo?

¿Alguna vez habéis nadado en pozos sin fondo? ¿Habéis tropezado con piedras caminando sobre la acera? ¿No? Pues ya me diréis entonces qué habéis vivido, y cómo. Y dónde, y con quién; quién os ha dicho que eso que dejáis pasar es vida, y dónde es que está ese sitio en el que tenéis escondidas vuestras ganas de no ser uno más de los tantos que caminan con la cabeza gacha; buscando entre las juntas del adoquín las manecillas de un reloj que dejó de hacer tic-tac el día que su dueño decidió no luchar contra el destino.



Yo también conocí a personas que intentaron enseñarme el lado fácil de las cosas, pero lo que no sabían ellas es que nunca fue lo mismo 'fácil' y 'sencillo'; jamás. 

Lo fácil es todo aquello que se asimila tal cual; sin vueltas ni rodeos. Son heridas que te dejas hacer por cobardía, son trenes que no coges por pereza y, por consecuencia, es ser un completo gilipollas.

Por otra parte, lo sencillo lo es porque nosotros queremos que lo sea; los problemas son sencillos si los llevamos al desguace y los convertimos en sucias y simples piezas que, o encajan o no encajan, ayudándonos así a saber de manera rápida si la solución que construimos será válida. O no.
Lo sencillo nos empuja a avanzar, nos quita el miedo y nos deja ver las cosas más nítidas, mejor enfocadas; nos permite ampliar perspectivas, y vivir con más grados de apertura a pesar de que la luz solo incida en lo evidente.

Una vez que aprendí esa diferencia también aprendí a ver con el alma, a tocar con la mirada y, en definitiva, a morder el cielo sin miedo a las alturas.
Aprendí a no temerle a la Luna, ni a sus ciclos viciosos. Aprendí a disfrutar de todas esas semanas de cada una de las estaciones del año; aprendí a ser calor en Invierno y a tener las manos siempre frías en Verano. A combinar el naranja del Otoño con cualquiera de mis sonrisas y, sobre todo, aprendí a disfrutar de las flores en Primavera; a pesar de que, muy a menudo, me topaba con más de un capullo...

Aprendí y me reí de los mayas y su baktun, aprendí y lloré al darme cuenta de que mi peor suerte me dejaba caer en tus brazos cada 13 de Septiembre. Reí y lloré, y no siempre en ese orden; secándome las lágrimas con los pañuelos para las pajas, mientras mis hoyuelos se convertían en la nueva caja de Pandora. 

Me contradije, y de repente todo fue sencillo.

Lo fue porque sabía perfectamente cuál era la pieza que le faltaba al puzzle que había sobre mi mesita de noche. Lo fue, porque apunté sobre el gotelé cada solución no válida y dejé encima del escritorio esa bombilla que alumbraba mi rostro cada vez que te miré y tú no estabas. Para que así no se fundiese nunca.

Lo fue, porque guardé mis fobias bajo llave dentro de esos famosos hoyuelos de uno de los últimos en romperme el corazón.

Lo fue, porque después de cada pozo sin fondo y cada piedra, me sentaba y comprendía que no había más bella melodía que la del peso de mi cuerpo sobre los fríos muelles de tu cama vacía.

Simplemente, lo fue.

Fue mi cuerpo, tu cama, nuestros muelles...

Fue mi vacío.

Fui yo.

Fue sencillo.