25 de noviembre de 2012

Shall we dance.


-¿Por qué cree usted que dos personas se casan?
- ¿Pasión?
- Mmmm...no.
- Interesante, te imaginaba una mujer romántica. ¿Por qué si no?
- Porque necesitamos testigos de nuestra vida. Hay millones de personas en el planeta, ¿qué importa en realidad una simple vida? Pero en un matrimonio lo que prometes es que te preocuparás de  todo; de lo bueno, de lo malo, de lo terrible, de lo trivial... Todos los días y en todo momento. Lo que dices es: "Tu vida no pasará desapercibida porque yo me fijaré en ella, tu vida no pasará inadvertida, porque yo me convertiré en tu testigo."
- Señora Clark, yo tenía razón, es una romántica. 

Co-razones ♥


No hace falta que me digáis eso de que perdéis la cabeza por eso de que sus caderas... ya sé de sobra que tiene esa sonrisa y esas maneras y todo el remolino que forma en casa paso de gesto que da. Pero además le he visto serio, ser él mismo, y en serio que eso no se puede escribir en un poema. Por eso, eso que me cuentas de mírale como bebe las cervezas, y cómo se revuelve sobre las baldosas y qué fácil parece a veces enamorarse. Todo eso de que él puede llegar a ser ese puto único motivo de seguir viva y a la mierda con la autodestrucción... Todo eso de que los besos de ciertas bocas saben mejor es un cuento que me sé desde el día que me dio dos besos y me dijo su nombre.Pero no sabes lo que es caer desde un precipicio y que él aparezca de golpe y de frente para decirte, venga, dame un beso y me lo cuentas. No sabes lo que es despertarte y que él se retuerza y bostece, luego te abrace y luego no sepas cómo deshacerte de todo el mundo.
Así que supondrás que yo soy la primera que entiende, el que pierdas la cabeza por sus piernas y el sentido por sus palabras, y la entereza por un mínimo roce de mejilla. Que las suspicacias, los disimulos cuando su culo pasa, las incomodidades de orgullo que pueda provocarte, son algo con lo que ya cuento.
Quiero decir que a mí de versos no me tienes que decir nada, que hace tiempo que escribo los míos. Que yo también le veo.
Que cuando él cruza por debajo del cielo solo el tonto mira al cielo. Que sé como agacha la cabeza, levanta la mirada y se muerde el labio superior. Que conozco su voz en formato susurro, y formato gemido y en formato secreto. Que me sé sus cicatrices, y el sitio que la tienes que tocar en el este de su pie izquierdo para conseguir que se ría, y me sé lo de sus rodillas, y la forma de rozar las cuerdas de su guitarra. Que yo también he memorizado su número de teléfono, pero también el número de sus escalones, y el número de veces que afina las cuerdas antes de ahorcarse por bulerías. Que no sólo conozco su última pesadilla, también las mil anteriores, y yo sí que no tengo cojones a decirle que no a nada, porque tengo más deudas con su espalda de las que nadie tendrá jamás con la luna (y mira que hay tontos enamorados en este mundo).
Que sé la cara que pone cuando se deja ser completamente él, rendido a ese puto milagro que supone que exista. Que le he visto volar por encima de poetas que valían mucho más que estos dedos, y le he visto formar un charco de arena rompiendo todos los relojes que le puso el camino, y le he visto hacerle competencia a cualquier amanecer por la ventana: no me hablen de paisajes si no han visto su cuerpo. Que lo de "Mira sí, un polvo es un polvo", y eso del tesoro pintado de rojo sobre sus pantalones, y sólo los sueños pueden posarse sobre las seis letras de su nombre. Que te entiendo. Que yo escribo sobre lo mismo. Sobre el mismo. 
Que razones tenemos todas. Pero yo, muchas más que vosotras.

9 de noviembre de 2012

A de Amor.

Una de las mejores sensaciones del mundo es la de dejar de depender de alguien, la de darse cuenta de que tú eres lo más importante y que no hay nada ni nadie que pueda hacerte cambiar eso. Hasta que abres lo ojos. Entonces le ves a él, a quien te ha hecho olvidarte del anterior y te ha hecho volver a creer en ti. Ahí es cuando llegas a cuestionarte que quizás no lo ves como un simple amigo, en ese momento ya estas perdida, ya no hay vuelta atrás. La rutina poco a poco se irá convirtiendo en la pequeña obsesión de evitar no quererle. Y te das cuenta de que has vuelto a lo de antes, con la única diferencia de que todavía no te ha hecho daño. Entonces te das cuenta de que ya da igual, de que no hay forma de intentar evitar eso, no se puede. Una posible solución sería dejar de querer. Pero, piénsalo. Has aprendido que los amores pueden llegar por sorpresa o terminarse en una noche. Que grandísimos amigos pueden volverse grandísimos desconocidos, y que por el contrario un desconocido puede volverse alguien inseparable. Que el "nunca más" nunca se cumple, y que el "para siempre" siempre termina. Que el que quiere, lo puede, lo sigue, lo logra y lo consigue. Que el que arriesga no pierde nada y que el que no arriesga, no gana. Que el físico atrae, pero la personalidad enamora. Que si quieres ver a alguien díselo, mañana será tarde. Que el sentir dolor es inevitable, pero el sufrir es opcional. Y sobretodo, has aprendido que no sirve de nada seguir negando lo evidente. ¿Crees que merece la pena no querer?