2 de febrero de 2013

¿Fácil o sencillo?

¿Alguna vez habéis nadado en pozos sin fondo? ¿Habéis tropezado con piedras caminando sobre la acera? ¿No? Pues ya me diréis entonces qué habéis vivido, y cómo. Y dónde, y con quién; quién os ha dicho que eso que dejáis pasar es vida, y dónde es que está ese sitio en el que tenéis escondidas vuestras ganas de no ser uno más de los tantos que caminan con la cabeza gacha; buscando entre las juntas del adoquín las manecillas de un reloj que dejó de hacer tic-tac el día que su dueño decidió no luchar contra el destino.



Yo también conocí a personas que intentaron enseñarme el lado fácil de las cosas, pero lo que no sabían ellas es que nunca fue lo mismo 'fácil' y 'sencillo'; jamás. 

Lo fácil es todo aquello que se asimila tal cual; sin vueltas ni rodeos. Son heridas que te dejas hacer por cobardía, son trenes que no coges por pereza y, por consecuencia, es ser un completo gilipollas.

Por otra parte, lo sencillo lo es porque nosotros queremos que lo sea; los problemas son sencillos si los llevamos al desguace y los convertimos en sucias y simples piezas que, o encajan o no encajan, ayudándonos así a saber de manera rápida si la solución que construimos será válida. O no.
Lo sencillo nos empuja a avanzar, nos quita el miedo y nos deja ver las cosas más nítidas, mejor enfocadas; nos permite ampliar perspectivas, y vivir con más grados de apertura a pesar de que la luz solo incida en lo evidente.

Una vez que aprendí esa diferencia también aprendí a ver con el alma, a tocar con la mirada y, en definitiva, a morder el cielo sin miedo a las alturas.
Aprendí a no temerle a la Luna, ni a sus ciclos viciosos. Aprendí a disfrutar de todas esas semanas de cada una de las estaciones del año; aprendí a ser calor en Invierno y a tener las manos siempre frías en Verano. A combinar el naranja del Otoño con cualquiera de mis sonrisas y, sobre todo, aprendí a disfrutar de las flores en Primavera; a pesar de que, muy a menudo, me topaba con más de un capullo...

Aprendí y me reí de los mayas y su baktun, aprendí y lloré al darme cuenta de que mi peor suerte me dejaba caer en tus brazos cada 13 de Septiembre. Reí y lloré, y no siempre en ese orden; secándome las lágrimas con los pañuelos para las pajas, mientras mis hoyuelos se convertían en la nueva caja de Pandora. 

Me contradije, y de repente todo fue sencillo.

Lo fue porque sabía perfectamente cuál era la pieza que le faltaba al puzzle que había sobre mi mesita de noche. Lo fue, porque apunté sobre el gotelé cada solución no válida y dejé encima del escritorio esa bombilla que alumbraba mi rostro cada vez que te miré y tú no estabas. Para que así no se fundiese nunca.

Lo fue, porque guardé mis fobias bajo llave dentro de esos famosos hoyuelos de uno de los últimos en romperme el corazón.

Lo fue, porque después de cada pozo sin fondo y cada piedra, me sentaba y comprendía que no había más bella melodía que la del peso de mi cuerpo sobre los fríos muelles de tu cama vacía.

Simplemente, lo fue.

Fue mi cuerpo, tu cama, nuestros muelles...

Fue mi vacío.

Fui yo.

Fue sencillo.

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